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Miriam Reyes

jueves, 4 de marzo de 2010

Ahuehuete

Texto: Manuel Sarmiento Fradera

Viejo del agua, qué sería de nuestro país y nuestra cultura sin ti; entrañablemente mexicano, hundes tus raíces en lo profundo del suelo para extraer de él la vital esencia que te da vida.

El viejo del agua, nombre común que recibe el ahuehuete, es el árbol nacional de México, condecoración que recibió en 1921 gracias a que se encuentra en prácticamente cualquier lugar de la República, casi desde el nivel del mar (250 msnm en Montemorelos, Nuevo León), hasta más de 2 500 msnm en el Estado de México. Sin embargo, dicha distinción es merecida por mucho más que su amplia distribución geográfica: el ahuehuete es un elemento de la naturaleza indisolublemente ligado a la cultura nacional, desde la época prehispánica hasta nuestros días.

La historia de este árbol se remonta a muchos millones de años, más precisamente hasta la era mesozoica, hace entre 100 y 200 millones de años, cuando el grupo de las coníferas, al que pertenece esta especie, dominaba las tierras emergidas, formando impresionantes extensiones de bosques primitivos.

La supremacía de las coníferas sobre la tierra terminó hace mucho tiempo debido a la evolución de las plantas con flor, que fueron desplazando lentamente a las gimnospermas (nombre científico que reciben todas las coníferas y otros grupos asociados de plantas con semillas, pero sin flores en sentido estricto), hasta que hoy en día sólo queda una pequeña muestra de la diversidad ancestral de aquellas plantas; tanto es así que del grupo perteneciente al género Taxodium sólo subsisten cuatro especies, incluyendo a nuestro querido ahuehuete, que por cierto es la única especie del género que crece de manera natural en nuestro país.

El sabino, como llaman al ahuehuete los españoles dada una cierta semejanza que guarda con la sabina europea (Juniperus sabina), se conoce en el mundo científico como Taxodium mucronatum; Taxoduim proviene del vocablo taxus, que es el antiguo nombre de un árbol cuyas hojas son parecidas a las del ahuehuete: el tejo; mientras mucronatum hace referencia al cono productor de semillas, que posee unas proyecciones cortas y agudas, semejantes a espinas anchas y cortas.

La palabra “ahuehuete” proviene del náhuatl a, derivado de atl, “agua”, y huehuetl, “viejo”, por lo que la composición resulta en “viejo del agua”, lo cual nos habla de su extraordinaria longevidad y de sus hábitos de crecimiento; además de esto, comúnmente crece sobre él una planta epífita (y no parásita, como se cree) que es el heno (Tillandsia spp.), el cual, gracias a su color gris claro, le da al árbol un aspecto canoso.

Dada su amplia distribución en la República, el ahuehuete recibe numerosos nombres locales, como yagaguichiciña, que en zapoteco significa “cedro de larga vida”, o penhamu, en tarasco; de hecho, los nombres de Pénjamo (Guanajuato) y Penjamillo (Michoacán) significan “lugar de ahuehuetes”; asimismo, hay muchas otras comunidades como Ahuehuetitlán (Oaxaca), Ahuehuetzingo (Puebla, Morelos) y Ahuehuetitla (Hidalgo) que toman su nombre de nuestro legendario árbol.

Esta especie se encuentra entre las más longevas del mundo, ya que un ejemplar de 100 años es apenas un joven si tomamos en cuenta que suele vivir más de 500; sin lugar a dudas el récord de longevidad para esta especie lo tiene el árbol del Tule, en Santa María del Tule, Oaxaca, al cual se le calculan más de 2 000 años de edad. Este magnífico árbol no sólo es el Matusalén de los ahuehuetes, sino también el más grande, con un perímetro de 35 m y 41 m de altura, a pesar de que se cree que no se trata de un solo árbol, sino de tres que con el paso de los años y su implacable crecimiento se fusionaron lentamente hasta formar el imponente ejemplar que es hoy. En efecto, el fenómeno de fusión de individuos es común en esta especie; incluso es posible encontrar ramas cruzadas fusionadas entre sí y con su propio tronco.


Los hábitos de crecimiento del ahuehuete son muy particulares: dado que requiere de mucha humedad para su desarrollo, crece siempre en las riberas de ríos y lagos, pero curiosamente soporta muy bien las sequías no muy prolongadas; los ahuehuetes casi no son atacados por plagas y raramente se enferman; son especialmente resistentes a los gusanos barrenador y descortezador, que suelen ser causa de muerte segura para algunos parientes del sabino, como el cedro blanco y los pinos.

Por ser una conífera el ahuehuete no posee flores, sin embargo en febrero y marzo, junto con los primeros brotes aparecen conos femeninos y masculinos separados, pero en el mismo árbol. La polinización (el paso del polen masculino al óvulo femenino) se da por medio del viento, y como producto de ella se desarrollan las comúnmente conocidas como piñas, las cuales contienen numerosas semillas que se esparcen al viento, y que de aterrizar en un lugar con mucha humedad germinan e inician un rápido crecimiento, que puede ser hasta de un metro en su primer año de vida.

El ahuehuete es una especie relativamente indiferente a la temperatura, siempre y cuando exista la humedad adecuada; así, lo podemos encontrar en lugares frescos como Toluca, en el Estado de México, o en lugares calurosos en verano y fríos en invierno, como en Monterrey, Nuevo León, por lo que hay ejemplares desde Sonora hasta Chiapas.

Gracias a esta capacidad de crecer en muchos lugares, aunada a una serie de atributos que posee la especie, no es raro que este árbol haya sido aprovechado de muy diversas maneras, ya sea su madera (suave, ligera, rojiza, inodora y susceptible al pulimiento) en la construcción y para la elaboración de postes, muebles y canoas debido a su extraordinaria resistencia a la humedad; o sus resinas, que desde los tiempos precolombinos se usan para curar heridas, úlceras, enfermedades cutáneas y, gracias a las sustancias anestesiantes que posee, contra el dolor de dientes y el reumatismo; la corteza se utiliza como diurético, y se asegura que los conos y las semillas, en infusión, pueden curar problemas renales.

Por todo ello, no es difícil encontrar datos del ahuehuete en las más remotas fuentes, e inclusive existen diseminadas por todo el país un sinnúmero de historias que lo relacionan con grandes señores, batallas y otros hechos históricos, o simplemente es mencionado por su espectacular tamaño, como sucede con el de Santa María del Tule.

Quizá la más famosa historia de ahuehuetes es la del Árbol de la Noche Triste, a cuyo pie, según la creencia popular, Hernán Cortés se sentó a llorar por la trágica derrota de sus tropas a manos de los mexicas (1 de julio de 1520).

Otro ejemplo de ahuehuetes históricos lo encontramos en los famosos árboles del Parque Nacional El Contador, a 5 km de Texcoco, a orillas del pueblo de San Salvador Atenco. Estos majestuosos ejemplares fueron plantados para dar adorno y majestad a uno de los jardines del rey Nezahualcóyotl. Los árboles enmarcan un gran rectángulo de 800 m de largo por 400 m de ancho y se dice que son los más frondosos que existen en la República; por ello, el general Lázaro Cárdenas lo declaró parque nacional, excluyéndolo así del reparto agrario.

El ahuehuete de Chalma, Estado de México, es un gran ejemplar que se encuentra en la entrada del pueblo, y en cuya base corre un importante río; junto al árbol, de impresionantes dimensiones, se encuentra el altar a Santa Rita, patrona de los imposibles, a la que acuden miles de personas al año para pedirle un favor especial; con el propósito de que se cumpla lo solicitado, la persona cuelga un listón, una imagen u otro objeto del árbol, el cual cobra, así, especial importancia en el rito.


Fuente: México desconocido No. 277 / marzo 2000
ENLACES: EL AHUHUETE DEL RETIRO
                   MIS ÁRBOLES DE MADRID
                  

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